LA MUSA DE CRUZ HERRERA
Natividad Pujol, una de las últimas
modelos de José Cruz Herrera, visitó la exposición instalada en la Diputación.
“Esas manos son las mías”, dice Natividad Pujol
mientras contempla el cuadro “La Inmaculada Concepción”, donado a la parroquia
de la Inmaculada de La Línea, en 1963, y que ahora está expuesto en el Palacio
de la Diputación Provincial. Natividad también se reconoce en el inacabado
“Flores a la Virgen”, que muestra a una religiosa -él siempre me decía que iba
de monja por la vida- que sujeta un ramo de flores, y en otros cuadros, algunos
más atrevidos, que prefiero no nombrar.
Natividad Pujol fue durante tres años –entre 1965 y
1968- la modelo de José Cruz Herrera. Ella tenía 22 años y el 76. Quizá fue la
última modelo del artista, que murió con 82 años y que, asegura, ella, no daba
un cuadro por terminado hasta que no la llamaba para retocarlo y añadir sus
rasgos físicos.
Natividad va desgranando su historia con naturalidad y
jovialidad. Nacida en San Fernando –de padre militar, de la calle Real, bautizada
en la iglesia Mayor y muy orgullosa de ser de Cádiz, afirma con
satisfacción-, ha residido buena parte
de su vida en Madrid, a donde se trasladó con su familia cuando tenía diez
años. Entró en contacto con el mundo artístico cuando estudiaba en la escuela
de Bellas Artes. En una ocasión, la modelo que tenía que posar falló, el
catedrático de Colorido le dijo que tenía “un
bonito tono de piel”, comenta y la convenció para que ocupara el lugar
vacante.
Esa rosa
A partir de ahí, y para obtener unos ingresos
económicos –nunca vienen mal a una estudiante, explica- posó para artistas cono Juan Calvo, Pedro
Mozo o para la Casa Velázquez. Pedro Bueno, director del Centro de Bellas Artes
de Madrid, le dio en una ocasión una tarjeta de Cruz Herrera, que quería conocerla,
y que fue su modelo durante tres años.
Natividad Puyol sólo se reconoce plenamente en “dos o tres cuadros” del pintor linense.
El miedo a perder al novio que entonces tenía hizo que Cruz Herrera retocara
sus facciones o las cambiara por otras. Pero ve sus manos en las vírgenes, ve
las rosas que ella llevaba al estudio, recuerda mil detalles que dan fe de su
presencia en las obras. Cuenta Natividad que el pintor “nunca terminaba un cuadro con otra modelo. El hacía bocetos con otras
mujeres y los retocaba conmigo”. De hecho, comenta, el pintor la citaba en
su estudio cada vez que iba a Marruecos, un país que refleja en muchas de sus
obras.
Veinte cartas
La modelo recuerda al artista como un hombre
conversador y agradable. A José Cruz Herrera, según explica Natividad Pujol, le
gustaba su espalda femenina y la tonalidad de su piel. Guarda veinte cartas que
el pintor linense le envió en distintas ocasiones, incluyendo una reproducción
de la “Inmaculada Concepción”
dedicada a “la encantadora y gentilísima
Nati, en prueba de mi amistad”.
En una ocasión, el artista le quiso regalar uno de sus
cuadros. Ella nunca se lo llevó. Ahora convertida en una mujer de 56 años,
dedicada a la hostelería y residente en Torrijos (Toledo), le queda solo cierta
pena por no haberlo hecho, pero guarda las cartas y muchos recuerdos. Como el
sueldo que cobrara, treinta pesetas –de entonces- por cada hora que posaba.
Entre ellos sobresale también una anécdota ocurrida durante un almuerzo en El
Puerto, al que ella no asistió, pero que le fue referido luego por Cruz
Herrera; cuenta que en un momento de la comida, el pintor levantó la copa y, a
modo de brindis, dijo: “Beba usted Fino
La Ina / que es gloria divina”. Otro comensal respondió en el mismo tono: “Y lo dice Cruz Herrera / que no es de aquí,
que es de fuera”. El escritor José María Pemán, uno de los asistentes tomó
entonces la palabra: “Cruz Herrera no es
de fuera / pues siendo artista genial / es nuestro, y aunque no lo fuera / no
reconoce fronteras / su arte, porque es mundial”.
Aída R. Agraso. Cádiz.